jueves, 14 de febrero de 2013

Los protectores de la felicidad. Desde el blog de la escritora Natalia Gómez del Pozuelo


Asistí al II Congreso Internacional de la Felicidad de Coca-Cola. Pese a que tenía alguna reticencia, por el hecho de que fuera un evento patrocinado por una empresa privada, me pareció un evento serio (en cuanto a riguroso), entretenido, interesante e inspirador.
Los ponentes fueron todos excepcionales (PunsetRojas MarcosMario Alonso Puig,Matthieu Ricard, etc.) y los organizadores (del Instituto Cocacola de la Felicidad) tuvieron la delicadeza de dejarles todo el protagonismo. 
Comenzó el evento con una introducción musical de dos magníficos vilonchelistas y una breve e interesante charla del Director del Instituto de la Felicidad, Carlos Chaguaceda y otra de Punset, que dijo una frase que me llamó la atención:
“Aunque no nos pongamos de acuerdo con lo que es la felicidad, todos la reconocemos cuando la sentimos.”
El primer ponente fue el Doctor en psiquiatría Luis Rojas Marcos.
Empezó comentando que cuando estudian la felicidad, no hablan de ella en sí, sino de “la satisfacción con la vida en general”, lo que suele ir acompañado de la idea de que la vida merece la pena.
Según él, la felicidad nos viene en los genes y todos nacemos con el potencial de ser felices, ya que los genes seleccionan las cualidades que nos ayudan a mantener la especie y la felicidad es fundamental. Si pensáramos que vivir no vale la pena, nadie procrearía y sería el fin de los seres humanos.
Existen elementos que nos ayudan a mantenernos felices, los protectores de la felicidad, que son:
  • Hablar: cuando Rojas Marcos dijo que la mujer española vive tanto porque habla mucho hubo una carcajada general. Como dice el cardiólogo Fuster, “hablar es bueno para el corazón” ya que al codificar los sentimientos, éstos pierden intensidad emocional.
  • Las conexiones afectivas con otras personas ¡Relacionarnos es imprescindible!.
  • El ejercicio físico que estimula las endorfinas y previene la diabetes, la hipertensión, etc.
  • La capacidad de adaptación: aceptar que la vida es cambio y el cambio es la vida. “No es que el tiempo pase, es que los que pasamos somos nosotros.”
  • La resiliencia: la mezcla de flexibilidad mencionada en el punto anterior y la resistencia.
  • Mantener el control: pensar que tenemos la capacidad de manejar nuestra vida en vez de poner el control fuera de ella, por ejemplo, si uno piensa: “será lo que Dios quiera”, de alguna manera está cediendo el control.
  • Cuidarse: si no estamos vivos, la felicidad no tiene sentido.
  • El pensamiento positivo. Él antes hablaba de optimismo, pero parece que en España el optimismo resulta tontorrón (craso error, según él). Curiosamente el optimismo se da tanto con respecto al pasado (recordando más las cosas positivas), como al futuro (a través de la esperanza), como en el presente a través de nuestro estilo explicativo o nuestro diálogo interior. Si yo me digo “no puedo más” tengo una actitud diferente a si pienso “esto es más difícil de lo que pensaba, me va a costar conseguirlo”.
  • La autoestima. Resulta muy difícil que los demás nos estimen si nosotros mismos no nos queremos.
  • La diversificación de las parcelas de felicidad. No poner todos los huevos en la misma cesta. Si tenemos dosis altas de las cosas que hemos mencionado anteriormente, tendremos más posibilidades de ser felices si nos falla alguna de ellas.
  • El sentido del humor, que es una forma de tener perspectiva, de ver las contradicciones y disonancias de la vida, pero verlas con humor. Puso un excelente ejemplo des sentido del humor de su madre. En una ocasión le preguntaron: “Mamá, ¿qué prefieres, que te entierren o que te incineren” y ella respondió: “Sorprendedme”.
Era la primera vez que yo escuchaba a Rojas Marcos y, al principio, su forma de hablar entrecortada me hacía estar más pendiente de cómo decía las cosas, que de las cosas en sí (es una deformación profesional que me sucede cada vez que escucho a un ponente) pero, poco a poco, la fuerza de sus palabras y su gran sentido del humor arrastran y convencen. La mayoría del público lucía una gran sonrisa cuando terminó su intervención.

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