Jueves 04 de Abril de 2013 (Hace 3 meses)
EL PAIS
Carloooos! Que te he dicho que te duches, te sientes a la mesa y
recojas tu cuarto… ¡YA! No entiendo por qué no me haces caso a la primera,
siempre tengo que gritarte y ni por esas, me tienes hartísima. Cuando venga tu
padre, se lo digo. Me desesperas. Si es que no puedo contigo, un día de estos
te voy a dar un bofetón”.
Después de esta escena, algunas madres dan un portazo, incluso lloran
de desesperación. No entienden que su hijo no haga lo que se le pide a la
primera. La explicación que dan es que el niño es desobediente, malo, y que no
hay nada que hacer por conseguir paz en casa. Terminan por juzgarse como malas
madres e ineficaces en la educación de sus hijos. En la escena podemos
encadenar varios errores para que Carlos no obedezca: dar voces, órdenes
contradictorias, comunicarle que ha perdido la batalla (“puedes conmigo, me
desesperas”) y amenazarle con hablar con su padre demostrando que su autoridad
es nula.
lo que deben hacer” (Howard
Gardner)
La mayoría de padres ve la tarea de educar como algo difícil. Pero si
anticipa todo lo que puede fallar, que su hijo no estudiará, se relacionará con
amigos que resten, no comerá… esto le desesperará y caerá en la profecía
autocumplida. Lo más importante en la educación es establecer unas reglas que
no se salte ni usted. Trabaje para que se cumplan desde edad temprana. A partir
de los seis meses los niños entienden muchas cosas; no se expresan, pero
empiezan a diferenciar entre “esto sí se puede y esto no”. No trate de educar a
un chaval de 15 años al que lleva consintiendo todo este tiempo, será tarde.
Cuanto antes sepan sus hijos que hay normas, que los premios van asociados al
cumplimiento de responsabilidades, que todos tienen que colaborar, antes conseguirá
tener hijos educados, responsables y con autonomía.
La mejor prevención en educación es la intervención temprana. Muchos
padres se quejan de que los niños no vienen con un manual bajo el brazo, pero
si siguen estas reglas básicas, seguramente le allanarán el camino que supone
educar.
Primero. Volumen y tono
conversacionales. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de hablar alto. El
poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que conllevará no
hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado con las
rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a ellos.
Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.
Segundo. No dé órdenes contradictorias. Si le dice a su hijo que se duche, que
recoja su cuarto y que se siente a la mesa, sin indicarle el orden, igual lo
bloquea. Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo
segundo. Si su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas,
dígale cuál es su prioridad. No espere que él la sepa, porque tiene las sus
propias.
Tercero. Imaginación. Haga
un concurso por semana para que jueguen “a hacer lo que deben”; puede ser sobre
cualquier comportamiento a corregir. Los domingos lo puede anunciar: “A partir de
mañana, se celebra el fantástico concurso de ‘Quién tiene la dentadura de
caballo más limpia’. Las bases son estas: limpiarse los dientes tres veces al
día y pasar revista. Las puntuaciones de papá y mías se sumarán, y el viernes
anunciaremos ganador”. Si quiere que los niños se lo tomen en serio, haga lo
mismo. Y tenga paciencia, hasta que se convierta en rutina necesita tiempo. El
juego genera un ambiente relajado en el que apetece más aprender y obedecer.
Cuarto. No quiera modificar
en su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el día diciéndole lo
que hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una conducta a
modificar y céntrese en ella siguiendo las pautas de este artículo. Cuando lo
consiga, siga con otra.
Quinto. Cuando corrija o
muestre su enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice, ni haga juicios de
valor. Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las expectativas que
se han puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es mejor decir: “No me
gusta ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los juguetes en las cajas”,
a decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”. No consiga que se cumpla
la profecía autocumplida. Si les transmite que no confía en ellos y que no espera
nada, puede que se cumpla.
Sexto. Sea constante.
Aquello muy importante, basta con que lo argumente una vez, no busque más
razonamientos porque su hijo no los necesita. Simplemente busca ganar tiempo
para no hacer lo que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto antes
empieces, antes podrás disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que sea
negociable y no siente precedente con lo que no lo es.
Séptimo. Paciencia y calma.
Las personas que transmiten con paciencia son más creíbles y generan un
ambiente cálido y relajado. Cuando introduce cambios en la manera de educar, al
principio los niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa que mi
madre/padre ahora están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo, necesitan
acostumbrarse a esta nueva forma de comunicarse.
Octavo. No se contradiga
con su pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la escala de
valores parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a otro,
fomentando el engaño para conseguir lo que quieren. Terminará por tener muchas
discusiones con su pareja por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen, ni
contradigan delante de ellos. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo,
háblenlo en la intimidad y negocien.
Noveno. Nunca levante los
castigos. Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo cumpla, que
imponer uno muy duro fruto de la ira y que luego deshará convirtiéndose en
alguien a quien se puede chantajear. Dígale: “Esto merece un castigo, ya te
diré qué va a pasar”.
Décimo. Mejor que el
castigo, el refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien, cualquier
cambio, y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que hace mal y
le corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de llamar su
atención. Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que sus padres
estén orgullosos de él, pero tiene que decirle de qué se siente usted
orgulloso, porque él no lo va a adivinar.
Recuerde lo más fundamental: hasta la adolescencia, no hay figuras más
importantes que los padres. Si trata de educar en una dirección, pero se
comporta en otra, será inútil. Los hijos copian, son esponjas. Educar con
acciones tiene mucho más impacto que con palabras.
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