viernes, 21 de febrero de 2014

El poder del "sueldo emocional"

Imagen¿Conocéis a alguien que últimamente haya dejado un trabajo bien pagado para “hacer algo que le gusta”?
¿Os habéis encontrado con alguien que ha pedido una excedencia en su trabajo para poder “cambiar de aires”?
¿Os parece lógico que haya gente prejubilada prematuramente que quiera trabajar, aunque sea con un sueldo simbólico, para seguir aprendiendo, para tener un reto intelectual, para contagiarse de un equipo entusiasta con una idea?
¿Habéis encontrado alguna vez un amigo que ha dejado su jaula de oro en algún trabajo para volver a ponerse a prueba, a retarse a sí mismo?
¿Te parece ciencia ficción que alguien deje un trabajo seguro en los tiempos que corren?
Afortunadamente, por mi trabajo, tengo la suerte de estar rodeado siempre de colaboradores, clientes y amigos que no tienen miedo a cambiar de trabajo porque creen firmemente que la seguridad profesional no se consigue aferrándose a supuestas conquistas profesionales sino precisamente poniéndose a prueba en todo momento, manteniéndose al día como mejor estrategia de mejora y supervivencia.
Y cada vez más, parece que precisamente este tipo de gente, que no le tiene tanto miedo al cambio, al reto, al aprendizaje continuo, a abandonar un supuesto status de seguridad y reconocimiento, son precisamente quienes, cuando cambian de trabajo, menos importancia dan a su próximo sueldo.
Y es que, siguiendo la didáctica pirámide de Maslow, pareciera que el trabajo sólo debe aportarnos dinero y éste ser meramente el medio para cubrir las necesidades básicas de los primeros escalones de dicha pirámide.
Pero el trabajo, al igual que la familia, o la educación, o el ocio, son ejes transversales que todos ellos contribuyen en cualquiera de los escalones de nuestra jerarquía de necesidades.
El trabajo, además de dinero, nos aporta (o no) amigos con los que compartimos mucho tiempo de nuestras vidas; nos aporta (o no) la sensación de pertenencia a un proyecto o una identidad común; nos hace identificarnos (o no) con valores profesionales y personales; nos hace crecer (o no) hacia un objetivo profesional en el que queramos vernos dentro de unos años (o no).
Por ello, cada vez más gente, cuando define un siguiente paso profesional, relativiza su retribución económica respecto a otras formas de retribución: retos intelectuales, proyectos interesantes por su contenido o por su impacto en los demás, gente de la que rodearse para aprender y con la que complementarse; ambiente y estilo de trabajo; libertad y autonomía para dar nuestro toque personal al trabajo que hacemos…
Si vemos las 4 empresas de mayor capitalización bursatil en USA en este momento, veremos que 3 de las 4 están basadas en conseguir atraer, retener, motivar a “gente con talento”. Y que lo que vincula a esta gente con talento con la empresa es la existencia de otra gente con talento y de proyectos y entornos pensados para desarrollar dicho talento.
Como empresa de la nueva economía del siglo XXI, cuando quieres tener a los mejores “cerebros de obra” y no “mano de obra” y sólo tienes dinero para ofrecer estás empezando a entrar en problemas. En mi sector (ingeniería, software, etc) tengo más que comprobado que los proyectos salen bien exclusivamente por tener a gente con capacidad y con compromiso. La personas con mayor capacidad no se “reclutan” si no que se convencen gracias a otra gente con talento. Y el compromiso “no se compra” sino que se construye, como las emociones, por contagio.
Por eso, las empresas pequeñas o medianas tenemos una enorme oportunidad sobre las grandes en este momento y todos los días vemos ejemplos de sectores que se remodelan destronando a grandes jugadores por la iniciativa de alguien “pequeño”.
Mirad donde lleva a cualquier gran empresa confundir a las personas con recursos. Probad a reclutar personal experto en tecnología utilizando el modelo “superlopez” de la compra de suministros.
Y es que los pequeños y los medianos ;-) todavía tenemos “alma” de empresa, somos capaces de compartir con nuestros colaboradores (o trabajadores) proyectos en común, proyectos a la medida de lo que todos queremos construir…y podemos pagar a todos nuestros colaboradores mucho más que la competencia gracias a una moneda (emocional) que se cultiva y se desarrolla en organizaciones con ideales y que desgraciadamente escasea enormemente en las grandes corporaciones.